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domingo, 14 de agosto de 2011

O.P.E.C (OPERACIÓN PICA D'ESTATS CORRIENDO)






O.P.E.C (OPERACIÓN PICA D'ESTATS CORRIENDO)

Últimamente Radulfum, uno de los Corregrinos, se está aficionando mucho al mundo de la montaña. Inició sus primeras excursiones recientemente en homenaje a su primo Iván, muy aficionado también a este tipo de aventuras, y que desgraciadamente falleció por muerte súbita hace un par de meses. El primo Iván fue uno de nuestros seguidores cuando realizamos el año pasado el Camino de Santiago corriendo, e incluso nos daba consejos. El caso es que quisimos sumarnos, en cierta manera, también a perpetuar su recuerdo acompañando a Raúl hasta la cima de la Pica d'Estats, el pico más alto de Catalunya con 3.143 metros de altitud. Pero como somos los Corregrinos pues el reto debía de ser, obviamente, corriendo. Aunque en esta ocasión íbamos a ser cuatro los descerebrados los que nos íbamos a enfrentar a ese reto, puesto que Marc Roig, un Kilian Jornet en potencia, también nos iba a acompañar.


Para poder iniciar el ascenso a primera hora de la mañana, y debido a la lejanía de la montaña, decidimos ir a pasar la noche previa en el refugio de Vallferrera. Tras las 4 horas y pico de coche que hay desde Canet de Mar, llegamos a las 9 de la noche a nuestro destino. Después de haber confirmado la reserva hecha por internet (imprescindible para encontrar sitio allí) y pagar 40 euros por cabeza por cenar, dormir y desayunar, nos aposentamos. En la recepción nos echaron bronca por llegar tan tarde ya que la cena se sirve a las 19h. Cuando fuimos a dejar las cosas a la habitación, un pequeño cubículo donde dormían 10 personas en un espacio extremadamente reducido, comprobamos que la luz ya no se encendía porque esas horas en la montaña se consideran muy tardías. Así que, a tientas, colocamos el saco de dormir en los huecos que aún quedaban libres y bajamos a cenar. En la penumbra nos servimos una sopa de calabacín, una ensalada y unas albóndigas que realmente estaban muy buenas. No eran ni las 10 y ya era la hora de acostarse. Para hacer un poco la digestión fuimos a dar un pequeño paseo por el bosque, iluminado por una luna casi llena, esperando ver la Lluvia de San Lorenzo anunciada para aquella noche, poco vimos, así que tras decir unas cuantas paridas y reírnos un poco nos fuimos a dormir. Bueno, dormir, lo que se dice dormir, fue harto difícil. Entre que estábamos encajonados en un espacio ultra-reducido, no había ni medio metro de espacio para cada uno, las literas enganchadas unas con otras, hacía calor, la cena en el estómago aún y que cada vez que me dormía recibía un palo de Raúl, que estaba a mi izquierda, o le metía un rodillazo a Danielem, que estaba a mi derecha, “¡ay!” “¡perdón!”. En definitiva, no había forma humana de conciliar el sueño. Supongo que, por agotamiento o por aburrimiento, en algún momento me dormí, pero fue poco rato porque a las 6 de la mañana ya estábamos en píe... pocas veces en mi vida había deseado tanto que fuera la hora de levantarse, y no por ganas de iniciar el ascenso a la cumbre, sino por salir de aquellas puñeteras literas.

EL ASCENSO.

Desayunamos tranquilamente, Cola-cao con tostadas. Nos preparamos un bocadillo de fuet para comérnoslo en la cumbre. Seleccionamos las cosas que íbamos a meter en la mochila, algo de abrigo, puesto que los cambios de temperatura son normales en la montaña, unas barritas energéticas y, en mi caso, un litro y medio de Isostar. Bajamos al coche (el párquing está a un kilómetro del albergue) y allí acabamos de equiparnos, dejar los sacos de dormir y la ropa que sobraba y disponernos a iniciar la carrera. A las 8 en punto de la mañana del 13 de agosto de 2011, empezamos a correr hacía la cumbre. Bueno, lo de correr, en algunos tramos era una utopía. El inicio es brutal, un camino que pica haciendo eses hacia arriba, en el que caminar rápido te acelera el pulso como si estuvieras en plena competición. Yo tardé unos 20 minutos en normalizar el pulso, aquello era más duro de lo que creía. Raúl, que ya se había hecho el recorrido dos veces antes en el último mes, era el que nos guiaba y marcaba el paso, un paso muy ligero que nos sorprendió a todos. Cuando parecía que ya me había acostumbrado al ritmo, tuvimos que escalar una pared, para luego volver a bajar por otra. Allí Raúl, el supuesto guía, antes de que acabáramos todos de bajar ya se había lanzado corriendo como un loco camino abajo. Así que cuando todos fueron tocando tierra hacían lo mismo, lanzarse a correr. Yo bajé el último de los cuatro, es por eso que cuando empecé a correr ya los había perdido de vista. Fui durante un rato siguiendo el sendero, pero de repente desapareció el camino. En ese punto había una montañita delante y el río que la bordeaba. Yo, siguiendo mi propia lógica de montañero inexperto, pensé: “pues si esto es una escalada, habrá que ir para arriba ¿no?” Y para arriba fui, pero aquello cada vez se complicaba más y yo no veía ni oía a nadie. Grité, pero no escuché respuesta alguna. De repente me di cuenta de que me había perdido. Miré abajo y vi un puente de madera que atravesaba el río. Razoné que si ese puente estaba allí sería por algo, así que volví a bajar y crucé el puente. Cuando ya empezaba a darme por vencido escuché unas voces que me llamaban. ¡¡Eran ellos!! bueno, eran Marc y Dani, porque Raúl ni se había enterado y seguía a lo suyo. De la alegría que me dio empecé a correr hacia ellos y casi me doy de bruces con una vaca que estaba por allí pastando alegremente. Una vez me reencontré con mis compañeros y reinicié el camino, ya me empecé a fijar que el trayecto está señalizado con unas rayitas rojas y blancas. En ese tramo que llaneaba un poco, pudimos correr bastante hasta llegar al primero de los lagos en apenas 53 minutos. Veíamos a Raúl que estaba a unos 3 minutos de distancia. Seguimos corriendo a buen ritmo, bueno corriendo, saltando, caminando, gateando... Y de repente, nos encontramos a Raúl, que se estaba cambiando de ropa. Ataviado como un superhéroe con unas mallas y una camiseta roja en la que sólo le faltaba que pusiera: “hola, soy tu menstruación”, nos dijo con voz que denotaba cierta indignación: “¡¡me he caído al agua!!” los tres nos paramos y al verlo empezamos a reír, mientras él seguía diciendo: “ he ido a saltar el río y he resbalado, me he caído entero al agua y la cámara, que la llevaba en la mano, la he sumergido hasta el fondo, y ahora no funciona. Menos mal que llevaba ropa de recambio”. Aprovechando la parada, bebimos y nos abrigamos un poco más para afrontar el final del ascenso. Cuando habíamos dejado atrás los lagos me dijeron que restaban unos 3 kilómetros y pico para la cumbre, viendo que sólo llevábamos una hora y 20 minutos, parecía que la cosa era más fácil de lo que pensaba. Lo que yo no sabía es que en el próximo tramo había un desnivel del 40%. Iniciamos el ascenso a la tartera, aquello era un infierno, mirabas arriba y no se acababa nunca. Mi fascitis se empezó a resentir un poco y sufrí bastante. Ahora fue Marc el que se animó e inició su escapada en solitario. Subía como las cabras y pronto se convirtió en un punto en la lejanía. Al acabar la tartera aún no estaba todo hecho, hubo que hacer un pequeño descenso para luego escalar un par de paredes en las que me dieron unos calambres terribles en los isquios y abductores. Yo iba fundido, pero no paraba de adelantar a otros montañeros que parecían mucho más expertos que yo y que me miraban como diciendo: “¿dónde va este tío corriendo por aquí con zapatillas de running?”. Creo que en algún momento atravesamos la frontera francesa para luego volver a entrar en nuestro país. Por fin parecía que la cosa llegaba a su fin. El crono me marcaba dos horas diez, así que ya no podía faltar mucho, tenía delante a Raúl y Dani, pero a Marc ya hacía rato que lo había perdido de vista. Aún tuve que sufrir unos 20 minutos más para coronar. Llegué exhausto arriba, tras escalar una última pendiente, para completar todo el ascenso en 2 horas y media. No sé, no entiendo mucho, pero creo que es bastante rápido, ya que la mayoría de la gente suele tardar un par de días en hacer cumbre pasando la noche en los lagos. Pero si yo subí rápido, Marc aún lo fue más, en 2 horas y 12 minutos ya se había plantado en la cumbre de la Pica d'Estats saliendo desde Vallferrera. Definitivamente estamos sonados.


EL DESCENSO.

Una vez arriba, tras las fotos de rigor y firmar y colgar en la cruz una camiseta del Canet Race, nos comimos nuestro bocata de fuet. El pan estaba un poco duro, pero nos supo a gloria. Raúl se sintió feliz al comprobar que la bandera con la foto de su primo Iván, que había colgado un par de semanas antes, aún ondeaba allí. La temperatura en la cumbre era estupenda, no hacía viento y había un solecito muy agradable, así que permanecimos allí durante bastante rato. Conversamos con la gente que estaba compartiendo cima, se sorprendían mucho al escucharnos decir el tiempo que habíamos empleado en llegar hasta allí. Teníamos previsto volver por el mismo sitio por donde habíamos subido, pero nos pareció aburrido. Así que se nos ocurrió crestear hasta la cima del Gabarró y bajar por su tartera. Para llegar desde la Pica hasta el Gabarró apenas había unos metros de cresta, ¡¡¡buf!! Pero qué metros, aquello era una locura para unos pardillos en zapatillas como nosotros. Había que atravesar una fina hilera de rocas con sendos barrancos mortales a ambos lados. Una vez estás en ello, tienes que mantener una concentración absoluta con cada uno de los apoyos que realizas, un mínimo error supone una caída inminente al vacío. Entre los cuatro nos íbamos guiando hasta que conseguimos llegar al otro extremo. Al girarte y mirar lo que has recorrido y por dónde has pasado, realmente se te ponen los pelos de punta “¿yo he pasado por ahí?... pero si es imposible”. Como el que no quiere la cosa habíamos culminado otra montaña de más de 3mil metros. Abajo veíamos un lago, así que descendimos como pudimos por la tartera hasta llegar a él. Aquello era un lugar maravilloso, un lago de aguas cristalinas en medio de un valle de rocas, parecía que estábamos en Marte y que habíamos descubierto el precioso líquido elemento. Hacía mucho calor y estábamos llenos de polvo, así que decidimos bañarnos. Yo al meter los pies me quedé tieso de lo fría que estaba el agua, mientras lo comentaba con Marc, que también se estaba remojando las piernas, se oyó el chasquido del agua y los posteriores chapoteos y gritos del loco de la pradera por excelencia, Raúl. Se había tirado de cabeza sin pensárselo dos veces. Acto seguido, y tal como Dios lo trajo al mundo, Dani se lanzó emulando a Raúl en su locura. En fin, no aguantaron ni unos segundos y salieron gritando y dando saltitos intentando evitar clavarse las piedras en las plantas de los pies. Nos vestimos y seguimos adelante, nos esperaba una sorpresa. De repente vimos que por allí no se podía seguir descendiendo. Tras estudiar un rato la montaña, no nos quedó otra que bajar por El Coll del Gabarró, una auténtica majadería. Pues nada, como no había otra y jugándonos la crisma empezamos un lento y tortuoso descenso, metidos entre dos paredes y cuidando cada uno de los apoyos con precisión matemática. Hubo un momento en que Dani se quedó indeciso en un punto que no sabía cómo afrontar. Raúl desde un poco más abajo le dijo “relájate, siente la montaña, ella te guía”, no pudimos más que ponernos a reír por lo que acababa de decir, pero ciertamente, Dani se relajó, sintió la montaña y siguió camino abajo. Nuevamente miramos atrás y moviendo la cabeza en forma de negación, reprochándonos la barbaridad que habíamos hecho, seguimos una nueva tartera abajo. Después de sufrir bastante llegamos a los lagos. Paramos un poco, bebimos agua del río y como vimos que se acercaban unas nubes muy sospechosas iniciamos el camino de vuelta, ahora sí, por el recorrido por el que vinimos. A Raúl aún le quedaban ganas de correr y se tiró camino abajo, saltando piedras. Dani hizo un intento de seguirlo pero al final lo dejó ir. Marc y sobretodo yo nos lo tomamos con más calma. Las fuerzas ya fallaban y en el descenso me torcí 3 veces los tobillos y me caí en un charco de barro. Cada piedra me parecía ya una montaña, estaba agotado y los apoyos me fallaban, los pies me dolían, sobretodo la fascia. El descenso se me hizo algo pesado y cansino, no paraba de sorprenderme de haber sido capaz de subir por allí hacía unas horas corriendo y dando saltos como si tal cosa. Bajamos hasta el coche y fuimos al río donde nos refrescamos, nos lavamos y nos cambiamos de ropa. La aventura había terminado, aunque aún nos quedaban unas horas de coche hasta volver a casa. De repente cayó una tremenda tormenta. Tuvimos mucha suerte. Nosotros ya estábamos de camino a casa y allá arriba en la cumbre de la Pica d'Estats, empapándose por la lluvia, había una camiseta con nuestras firmas que recordaría durante un tiempo que los Corregrinos y Marc Roig habían estado allí.


Los Corregrinos y Marc Roig en el viaje de ida a Vallferrera





Cenando en el refugio.







Preparando las mochilas para el ascenso.





Las camas donde pasamos la noche.





La camiseta firmada por todos que ahora ondea en la cumbre.









Una de las muchas paredes que nos encontramos en el trayecto




Marc Roig



Radulfum, el instigador de esta aventura.Corriendo camino a la Pica d'Estats









Los lagos que hay camino a la cumbre






Coronando la cima. Pica d'Estats 3.143m.



Descenso por el Coll de Gabarró.

1 comentario:

  1. Vamos por partes:
    1- Me encanta como lo explicas todo y me has arrancado risas, haces partícipe a todo el que te lee, de las aventuras, mil gracias...

    2- Ainnssss, mira que la fascitis estaba bien y ahora con esto... para darte collejas como números llevas en el DNI, grrrr

    3- Lo que hace Raúl en honor a su primo me emociona al máximo. dale un abrazo cuando lo veas, de mi parte...

    4- Estáis como una p... regadera!!!

    5- Recuérdame que nunca se me vaya la pinza a acompañaros a algún lado... loado sea el señor de que esté pochis, jajajaja ;)

    6- Compraros una fuji xp10 o xp30 como la mía, acuática, a prueba de golpes, frío, etc; vamos, ni hecha para vosotros, jijiji

    Un besote y a topeeeeee siempreeeee

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