La eDreams Mitja Marató de Barcelona es una carrera especial para mí.
Y lo es porque, curiosamente, la he vivido desde varias de sus facetas. Desde
que RPM Racing se hiciera cargo de
su organización en 2011 ha crecido
muchísimo. En 2012 tuve el honor de
ser el director técnico de la prueba
(trabajamos mucho en el cambio de circuito), en 2013 estuve promocionando en una carpa el nacimiento de running.es y en 2014 colaboré en la organización y coordinación de las diferentes salidas de los corredores.
Así que en este 2015 me tocaba hacer
algo diferente. Se me propuso la posibilidad
de hacer de pacemaker (de "liebre" para los más tradicionalistas) a los
corredores y, la verdad,
me sedujo la idea.
El ritmo que me encomendaron fue el de 1h15, un registro que marca una barrera psicológica en los runners. En cierta manera es un hito, un cambio de nivel, ser capaz de correr la distancia en 75 minutos o menos te coloca entre la "elite" del atletismo popular. Pero para ello hay que entrenar con cierta seriedad y tener bastante constancia. Así pues, para mí ayudar a que varios participantes alcanzaran ese propósito me llenaba, como diría aquél, "de orgullo y satisfacción". Me sentía motivado para la misión, y aprovechando que últimamente estoy entrenando bastante bien, no quería desperdiciar esta oportunidad de compartir mi esfuerzo con los demás.
El día antes de la carrera,
probando las Kiprun SD que nos
proporciona como parte de su patrocinio Kalenji,
intenté testar durante 3 kilómetros el ritmo que debería llevar al día
siguiente. Teniendo en cuenta que en menos de 24 horas el objetivo era marcar unos parciales de 3'33" cada mil metros durante 21 kilómetros, no deja de
resultar curioso que, en ese pequeño test, no fuera capaz de hacer más que el
último km en 3'32 ¡¡¡ y esprintando!!! Pero todos conocemos la magia de un dorsal, lo que el día
antes parece imposible lo cambia ese trocito de papel en el pecho. Así llegó el
domingo y a las 7:45 a.m. nos reunimos en la carpa habilitada para los pacemakers.
Precioso el ambiente que se vive en esos momentos previos. Todos ayudándonos a colocar en la espalda las banderolas que
indican el tiempo al que iremos, una dificultad añadida con la que tenemos que
lidiar los que nos embarcamos en esta aventura. No es fácil correr con un arnés
que se ata por los hombros, cintura e ingles, apretándote allí donde más duele
y provocando un incómodo efecto tanga. Pero nada que no se pueda soportar,
sabes que eres una parte importante de
la carrera y que es un honor ser portador de esa banderola, al igual que
hacían en la edad media los guerreros japoneses como una medida de identificación
en el campo de batalla.
las Kiprun, zapas con las que corrimos todos los Pacemakers |
Una vez se da la salida es cuando
tomas conciencia de la responsabilidad
que tienes. De repente, te ves envuelto por un montón de corredores que se
quieren pegar tanto a ti que hasta resulta incómodo correr. Eres su referencia y no quieren que te
separes ni un centímetro. Es curioso, porque había momentos en los que me
sentía totalmente enclaustrado y más yo que soy chiquitín, por un instante creí
que alguno se me subiría a caballito. En el ritmo de 1h15 éramos dos liebres,
así que contaba con la compañía y la complicidad de Jordi Vázquez. Entre ambos nos íbamos comentando el ritmo que
llevábamos y la conveniencia de ir regulando. Nos comentaban otros compañeros
pacemakers que en ritmos menos exigentes
los corredores hablan más con ellos, nosotros sólo oíamos respiraciones
alrededor nuestro. A esas velocidades resulta complicado mantener una
conversación fluida. Me sorprendió la cantidad
de gente que nos envolvía y ya no tanto detrás, sino también delante. El nivel de esta carrera es ciertamente alto.
Además de los mencionados fieles, enganchados a nuestras pisadas firmemente,
nos encontramos también con otro perfil de corredor, y es aquél que no se deja adelantar por nosotros.
En esos casos me sentía como el hombre
de la guadaña, si les pillabas quería decir para ellos que no conseguirían
bajar de 1h 15. Curioso este fenómeno también y su lucha contra "los banderolas".
Subiendo el Paral.lel, primeros compases de la prueba |
Según nos acercábamos al final,
el numeroso grupo iba perdiendo efectivos y a muchos de los de delante les
dábamos caza. Superado el kilómetro 16 y viendo que estábamos yendo unos
segundos por encima del objetivo, alenté a aquél que quisiera seguirme a buscar
intentar bajar de la 1h15, pero para ello había
que incrementar ligeramente el ritmo. Así, mi compañero y yo nos dividimos
las tareas para cubrir todo el abanico de corredores. Yo me fui con los de delante
y él se quedó con los más rezagados. Esta
es la parte más emotiva, los últimos kilómetros, ¡¡ahora sí!!- les iba diciendo- ¡¡queda un último esfuerzo, vamos, vamos!! Unos 6 ó 7 corredores me
iban a la zaga, nadie hablaba, las respiraciones se aceleraban cada vez más. ¡Vamos, ahora, queda un kilómetro, si
queréis bajar la marca hay que apretar!!- les gritaba-. Con ello provoqué
una estampida a lo "gallina el
último", todos empezaron a esprintar. Crucé la meta en el tiempo
establecido, 1h15 exacta. Jordi, la
otra liebre, cubrió al resto y entró mediado el minuto. Ahora sí, todos aquellos que nos habían acompañado
venían a chocárnosla y a agradecer los
ánimos. Es, sin duda, el mejor momento. Una gran sensación en la que el
simple "gracias" que te dan vale
más que incluso haber ganado la carrera. Para que luego digan que el correr
es un deporte individual.
foto oficial de todas las liebres d ela carrera |
En el tramo final de la carrera |
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